Soberanía alimentaria en el centro de la economía de los cuidados
- Colectivo VientoSur
- 10 jul
- 8 Min. de lectura
Johanna Molina Acevedo. Mujeres en Marcha Chile para Revista Horizonte
En los últimos años, y sobre todo en contextos de estallido social, pandemia por COVID 19 y precarización de la vida en general, se han evidenciado las profundas desigualdades sociales, económicas, ambientales y culturales a las que nos ha llevado el sistema neoliberal, capitalista, racista y colonial. Hemos sido testigos de las brechas en el acceso al empleo, seguridad, salud, alimentación, etc., es decir, a las condiciones materiales básicas para la sobrevivencia, y más aún para enfrentar los “imprevistos”.
Los gobiernos, lejos de priorizar el bienestar de las personas y siempre bajo una mirada neoliberal, establecen medidas que favorecen en primera instancia al capital y la industria financiera, incentivando la reactivación económica en base a la profundización de los extractivismos, causa principal de la devastación de los territorios y los bienes comunes. Un ejemplo indiscutible de ello lo constituyen las “zonas de sacrificio”, territorios en los cuales en nombre del desarrollo, bajo lógicas de apropiación y colonización, se implementan prácticas industriales altamente contaminantes, así como social y ambientalmente injustas (Bolados et all, 2021)[1].
Para la economía dominante, el único objetivo es el beneficio privado y la acumulación de capital en pocas manos, por lo tanto, entiende la vida -y todo lo que ella involucra- como mercancía, de manera que a todo le pone precio para transarlo en el mercado. Como señala Yayo Herrero, el valor de un bien se reduce a su valor monetario[2].
Esta visión es la que nos está llevando al colapso como planeta, una lógica patriarcal y colonialista que nos hace mirar a la naturaleza como si estuviera al servicio de las personas y como si no fuéramos parte de la misma, justificando así las políticas de despojo. Lo mismo ocurre entre las personas, donde algunas tienen valor, mientras que otras son consideradas prácticamente desechables.
Se concibe al planeta como si no tuviera límites, por ello el foco está en el crecimiento económico; mientras mayor es el PIB[3], mejor, no ve más allá. Pero es precisamente lo que no se ve lo que queda fuera de la economía de mercado, donde esta misma y el sistema capitalista en su conjunto se sustentan, es decir, en todo el trabajo doméstico y de cuidados que descansa cultural y tradicionalmente sobre las mujeres. Decimos por lo tanto que el sistema expolia el trabajo de las mujeres; así como también expolia a la naturaleza (Carrasco, 2019)[4]. Pero son estos los que permiten la reproducción de la fuerza de trabajo, y también de toda la sociedad.
Esto nos plantea el conflicto indisoluble al cual nos enfrentamos hoy, entre el capital y la vida; es decir que, o estamos por la acumulación capitalista, que destruye lo necesario para sostenernos en el tiempo (Herrero 2014; Faria, 2018)[5], o por la sostenibilidad de la vida.

Nos urge como sociedad pensarnos de manera distinta, trastocando el sistema de muerte por uno que ponga en su centro la vida. Para ello debemos volcarnos hacia el cuidado de la vida en todas sus dimensiones, desde lo colectivo, de la mano de los saberes y prácticas de nuestros pueblos, de las mujeres, de campesinas/os e indígenas; como alternativas reales, entendiéndonos profundamente interdependientes y ecodependientes, y actuar en consecuencia.
Por ello, frente a las condiciones de precariedad y ante la ausencia del Estado, cobra relevancia fundamental la economía de los cuidados; entendida como “todas las actividades y prácticas necesarias para la supervivencia cotidiana de las personas en la sociedad en que viven” (Rodríguez, 2015)[6]. Y muy especialmente la alimentación como sustento vital de nuestra humanidad.
En Chile, el año 2021, 700 mil personas padecían de una inseguridad alimentaria severa; mientras que 2,9 millones de personas la sufrían de algún tipo (Lizarraga, 2022) [7]. Esto puede explicarse por el impacto de la pandemia, sin embargo, la lógica del aumento de los precios no necesariamente tiene que ver con variables esperables como la escasez estacional de los productos frescos, sino con un mercado altamente concentrado y especulativo (Lizarraga, 2022).
En este sentido, nos enfrentamos cada vez más a la alimentación en manos del capital, siendo las grandes corporaciones transnacionales, supermercados, la industria del agronegocio y procesadoras de alimentos, quienes imponen las formas de producción, almacenamiento, industrialización, comercialización, distribución y consumo de alimentos (Lizarraga, 2022). Formas que no son sustentables, sanas, ni saludables.
Es una cultura del despojo que da la espalda a la soberanía alimentaria y que, consecuentemente, trata de eliminar la agricultura familiar campesina e indígena, que sabemos abastece a más del 70% de la población global (ETC Group)[8].
La CLOC Vía Campesina señala que “Debemos derrotar el modelo agrícola impuesto por las corporaciones del agronegocio, que apoyado por los capitales financieros internacionales y basado en monocultivos transgénicos, uso masivo de agrotóxicos y expulsión de campesinas y campesinos del campo, es el principal responsable de la crisis alimentaria, climática, energética y de urbanización” (Declaración del VI Congreso de la CLOC Vía Campesina, 2015)[9].
Entendiendo entonces que la alimentación está en la base de la vida, hoy más que nunca es urgente que avancemos hacia la soberanía alimentaria de nuestros pueblos, ninguna otra alternativa para el presente y el futuro de la humanidad -y del planeta- resulta tan certera, cómo bien señala Irene León[10]; no da lo mismo quién, ni cómo, ni dónde se producen nuestros alimentos.
La soberanía alimentaria “plantea a la vez la relación ineludible entre el derecho humano a la alimentación y el derecho soberano de los pueblos a definir, según criterios socio-económicos propios, sus necesidades alimentarias, sus pautas de producción e intercambio de alimentos saludables, accesibles y culturalmente apropiados” (León, 2016)[11]. En este contexto, los alimentos deben ser producidos de forma sostenible y ecológica. “Esto pone a aquellos que producen, distribuyen y consumen alimentos en el corazón de los sistemas y políticas alimentarias, por encima de las exigencias de los mercados y las empresas” (Declaración de Nyéléni).

Para alcanzar la soberanía alimentaria, se requiere de ciertas bases materiales, que el actual sistema económico y político nos niega e impide, entre la cuales encontramos:
Tierra. Es fundamental democratizar la posesión y uso de la tierra. Según GRAIN (2014)[12] “más del 90% de las y los agricultores del mundo son campesinos e indígenas, pero controlan menos de un cuarto de la tierra agrícola mundial”. En Chile, las propiedades campesinas son más del 70% y poseen menos del 10% de la tierra agrícola del país (GRAIN, 2014). Situación que se debe a un proceso de contrarreforma agraria violenta, iniciada en el Golpe Militar de 1973 y que permanece hasta nuestros días. Es necesario discutir un proceso de reforma agraria que sea integral y popular.
Semilla nativa o criolla. “las semillas son el inicio y el fin de los ciclos de producción campesina” (Stedile y Martins, 2016)[13], pero su privatización ha ido mermando su diversidad, perdiéndose especies significativas y su disponibilidad para las comunidades, ya que las empresas han ido apropiándose de estas, junto a los saberes y el trabajo de mejoramiento que desde tiempos inmemoriales han realizado campesinas/os e indígenas. Las empresas manipulan las semillas, las venden, limitan su reproducción y sancionan a quienes actúan en su contra. Es necesario, por lo tanto, reconocer las semillas como patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad y protegerlas.
Agua. Sin este vital elemento no hay posibilidades de hacer agricultura. Chile es el único lugar en el mundo en donde se encuentra privatizada. Necesitamos no solo cambiar el Código de aguas de 1981, instaurado en Dictadura; sino declarar al agua como un derecho humano, y pensar su gestión de manera comunitaria, que priorice y posibilite la regeneración de los sistemas hídricos y el consumo humano y animal, en contraposición a su uso para la industria extractivista.
Fortalecer la agricultura campesina e indígena. Desde la revolución verde, el agronegocio ha venido instalando la idea de que la agricultura campesina e indígena agroecológica es ineficiente, por lo que los gobiernos, y particularmente el gobierno chileno, han venido implementando programas de pobreza hacia el sector, que lo han ido eliminando progresivamente. Sin embargo, un sin número de estudios señala que es precisamente la agricultura campesina la más productiva, tanto en términos de producción por hectárea (Vía Campesina, 2013)[14] como energéticos, puesto que “utiliza hasta 30 veces menos energía para producir un kilo de maíz o arroz, comparada con el paquete tecnológico que usa la agricultura industrial” (ETC Group). Necesitamos políticas públicas que releven y prioricen la producción agrícola en manos de campesinas/os e indígenas destinada a la alimentación local y nacional; y que promueva y facilite mercados locales.
Agroecología. Como forma de producción sustentable que establezca otras maneras de relación entre las personas y la naturaleza, que no la vea como “recurso” inagotable, sino que respete sus ciclos, elimine el uso de agrotóxicos y transgenia, y re-incorpore los residuos al ciclo productivo, evitando así procesos contaminantes.
Ruralizar la ciudad. Esto implica volvernos a la tierra y a los saberes que nos acercan a ella, usar todos los espacios en la producción de alimentos saludables, tener pequeñas huertas, cuidar las semillas, hacer intercambios. Y acercarnos a campesinas/os e indígenas para adquirir directamente de ellas/os nuestros alimentos, así también favorecemos su conservación y la nuestra.
Estos cambios deben ir de la mano de otra forma de pensar y hacer economía, como la economía solidaria y feminista, que valorice todos los saberes y tipos de trabajos, que reconozca el aporte de las mujeres, que respete los ciclos y los tiempos de la naturaleza, y que en definitiva ponga la vida en el centro.
Son muchas las experiencias alternativas al sistema económico que organizaciones y comunidades en distintos territorios están llevando adelante, tales como, ollas comunes, comedores populares, cooperativas de abastecimiento y consumo, comprando juntas/os, huertas comunitarias urbanas, etcétera, todas ellas transgresoras, fruto del trabajo de hombres, mujeres y disidencias conscientes.
Necesitamos masificarlas y trabajar en colaboración y reciprocidad en la construcción y transformación de nuestras vidas, empezando por democratizar las labores de cuidado y colectivizando nuestros aprendizajes y quehaceres.

[1] Paola Bolados, Valeska Morales y Stephanie Barraza. HALAC -Historia Ambiental, Latinoameticana y Caribeña. v.11, n.3 (2021) p. 62-92. En: https://www.halacsolcha.org/index.php/halac/article/view/572/509
[2] Yayo Herrero “Economía ecológica y economía feminista: un diálogo necesario” En: Con voz propia. La economía feminista como apuesta teórica y política. Madrid, Viento Sur, 2014.
[3] Producto Interno Bruto.
[4] Clase magistral de la economista feminista Cristina Carrasco en la “Jornada de intercambio de saberes en torno a otras economías” Marcha Mundial de las Mujeres, Aunquinco 2019.
[5] Yayo Herrero “Economía ecológica y economía feminista: un diálogo necesario” En: Con voz propia. La economía feminista como apuesta teórica y política. Madrid, Viento Sur, 2014. /Nalú Faria en Mujeres en lucha. Construyendo alternativas de economía feminista y solidaria en las Américas. MMM. Bolivia, 2018.
[6] Economía feminista y economía del cuidado. Aportes conceptuales para el estudio de la desigualdad. Revista Nueva Sociedad Nº256, marzo-abril 2015. p.36. Corina Rodríguez Enríquez.
[7] Atlas de los sistemas alimentarios del Cono Sur. Fundación Rosa Luxemburgo. Patricia Lizarraga, Jorge Pereira Filho. 2022.
[8] El correo de las mujeres del campo. Reforma Agraria un proceso inconcluso. ANAMURI. Junio 2017.
[9] Ibídem.
[10] Irene León. “Soberanía alimentaria para cambiar el mundo”. En: Comunicación para la Soberanía Alimentaria, herramientas y recursos. ALBA Movimientos, Fedaeps. Quito, 2016.
[11] Ibídem.
[12] https://www.grain.org/es/article/4956-hambrientos-de-tierra-los-pueblos-indigenas-y-campesinos-alimentan-al-mundo-con-menos-de-un-cuarto-de-la-tierra-agricola-mundial
[13] João Pedro Stedile y Horacio Martins de Carvalho: “Soberanía alimentaria: una necesidad de los pueblos”. En: Comunicación para la Soberanía Alimentaria, herramientas y recursos. ALBA Movimientos, Fedaeps. Quito, 2016.
[14] De Maputo a Yakarta. 5 Años de agroecología en La Vía Campesina. Comisión Internacional de Trabajo sobre Agricultura Campesina Sustentable (2013). Disponible en: https://viacampesina.org/es/wp-content/uploads/sites/3/2013/07/De-Maputo-a-Yakarta-ES-web.pdf
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