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La memoria viva del aluvión de 1993: lanzamos podcast sobre tragedia en la Quebrada de Macul



El 3 de mayo de 1993 una lluvia intensa desató un aluvión que dejó 26 personas fallecidas, 8 desaparecidas y 33 mil damnificados vecinos de la Quebrada de Macul. El lugar contaba tanto con poblaciones establecidas como con tomas de terreno. En el aniversario número 30 de esta catástrofe, el Colectivo VientoSur lanzó un capítulo de podcast con el relato de tres personas que estuvieron ahí, lucharon por sus vidas y que perdieron a sus seres queridos, además de una cuarta persona; habitante hoy de la actual toma Dignidad establecida desde el año 2019. Estos testimonios nos entregan, además, una reflexión sobre la habitabilidad en estas zonas y sobre si efectivamente se ha avanzado en la seguridad en las viviendas del lugar.





David Olivares tiene 42 años. Cuenta que llegó a vivir con sus padres y 6 hermanos cuando él tenía ocho años, “era prácticamente el edén vivir en ese lugar, muchos árboles frutales, muchos lugares para correr, muchos animales, gallinas, teníamos gansos. Mi infancia fue muy buena en ese sentido. Había un campesino que se asoció con mi papá, ambos sembraban en ese lugar. Nuestra alimentación fue muy sana”.


Juan Carlos Sosa llegó a Santiago a fines de los 70. Nacido en Talca, estuvo al cuidado de una parcela en María Angélica con Las Perdices durante 15 años, hasta que vendieron ese terreno. En ese momento arrendó un sitio para vivir con su señora y tres hijos en la Quebrada de Macul, frente a la Población El Progreso. Corría enero de 1993. “Había harta comunicación con los vecinos, salíamos a la cancha, compartíamos una cerveza. Era una población de gente de trabajo, de esfuerzo y sacrificio. Las calles eran de tierra, no había veredas. Casas mitad de madera mitad ladrillo. Estaba todo recién iniciando”.


En los 80 hubo un par de advertencias previas a la catástrofe. Soledad Pizarro, habitante de la zona de exclusión La Higuera, recuerda que “en el 83 hubo una crecida de la Quebrada de Macul. Creció el flujo y unas casas que estaban ya instaladas en la rivera prácticamente, se inundaron. Desde ahí nace que en la rivera de la Quebrada no se puede estar.


Por su parte, Juan Carlos cuenta que “en el 85, cuando vivía en la parcela arriba, también se salió el canal de la Quebrada, esa vez pasó por el canal de las perdices con María Angélica hacia abajo. Esa vez me agarró también una parte de la casa, se inundó, pero nada grave. Pero siempre se decía que era un lugar de zona de exclusión y que algún día algo podía suceder”.


3 de mayo de 1993


“Lo recuerdo como que fuera ahora. Ese día 3 de mayo, salí yo a las ocho, nueve de la mañana. Me fui a trabajar ahí a la Petro Quilin que está subiendo hacia Macul Alto. Estábamos haciendo unas casas para un señor, un chalet estábamos haciendo. Me fui por ahí, por el río, la quebrada. Y cuando iba caminando hacia arriba, estaba cayendo una neblina, pero una neblina así, como un día que haya niebla en la mañana y eso era lo que estaba pasando. Me fui a trabajar, llegué a la pega, un cuarto para dos el día, empezó a llover como fuera un diluvio, un agua que caía sin cesar, sin cesar. Fue de un periodo más o menos de una hora, hora y media”, recuerda Juan Carlos.


David, en tanto, recuerda “Ya no era tan chico, tenía 14 años. Recuerdo que ese día llovía mucho y era medio inusual que lloviera en esa fecha y que lloviera con aire tibio, prácticamente. Y recuerdo que sí había nieve en la cordillera, que ahora también es súper raro que haya nieve en esta fecha. Y una de mi hermana me dice David, se está saliendo la quebrada. Había caído como una avalancha, y estaban la mayoría de las casas en el suelo. Y recuerdo que, con mi hermano, que es un año y medio menor que yo, salimos hacia el patio, hasta la reja, y escuchamos auxilio de los vecinos directamente del frente de nuestro. Y yo veo de pronto como que debajo del barro se paró una persona.


Caminamos unos metros más arriba y ahí había como un portoncito que se rompió, estaba abierto, no sé. Y recuerdo que ahí mi hermano me pasa un bebé de unos seis meses, tal vez, que era hijo de una de las chicas que vivía al frente. Mi hermano toma al bebé, trata de caminar entre los escombros, árboles, ramas, rejas, alambre, no sé. Me pasa el bebé y yo crucé la calle. Uno solo costaba cruzar la calle. Ahora con un bebé en brazos fue complicado, porque en una yo piso un hoyo y me hundo prácticamente hasta el cuello, casi. Y tuve que levantar con las manos arriba el bebé para que no se embarrara o no se me hundiera en el barro, relata David.


Por su parte, el drama de Juan Carlos recién comenzaba. “Al llegar de vuelta a la población, había gente que estaba afuera en la calle, sin nada, llorando, decían que faltaban personas. A las vecinas que tenía, les pregunté si habían visto a mi señora. Una que decían que ella había salido, otras decían que se había quedado adentro. Ahí empezó la incertidumbre que no había cómo saber de mi mujer ni de mi hijo”.


“Nos fuimos a un albergue que se formó en el colegio Lo Caña. Dejé a mis niños allá y empecé a recorrer todos los lugares de aquí de Santiago. Albergues, postas, hospitales. Anduve lunes, martes, miércoles, jueves. Tres días buscando a mis seres queridos, que eran mi mujer y mi hijo. Por último, momento ya vi que no encontraba en ningún lado a ella. Me fui al Instituto Médico Legal. Allá, en el Instituto Médico Legal, encontré una vecina mía con dos hijos, que se habían llevado al agua. Y en eso me choqué con el vecino y le informé, porque yo ya entraba a verlos y los conocí, le informé que estaba el señor de su hijo. Pasó media hora, llegó un hermano mío avisándome que le habían encontrado a mi señora un poco más abajo de donde estábamos, de donde vivíamos, y le han encontrado a mi señora y a mi hijo. Estaban enterrados en el lodo.


“Mi hijo tenía seis años y mi señora tenía 39 años. La sepulté. Estuve siete días sin dormir. El día siguiente, el día lunes, fui, salí, dormí lo que pude y volví a mi trabajo donde estaba. Y empecé a enfrentar la vida de nuevamente como un ser humano que jamás hubiera pasado una cosa tan grande, como una persona de mucha fuerza y sacrificio. Y solamente seguir recordando a esos seres queridos que se fueron.”


30 años después, ¿cómo es la situación?


Ya pasaron 30 años de la tragedia. Pero ¿qué pasó después? Soledad Pizarro cuenta que “aquí la gente trabajó con entregar lo que habían recaudado, que fueron las ayudas que llegaron y se entregaron. Pero ya después empezó a pasar el tiempo, vieron el tema de la pavimentación, pero a partir de eso no se hizo nada más, ya había pasado el aluvión y nos olvidaron. Nosotros sufrimos una catástrofe que no fue decretada como catástrofe. Nosotros, la gente que quedó viviendo en La Higuera, nos fragmentaron como población. Nosotros estamos divididos entre La Higuera y la zona de exclusión de La Higuera. No contamos con ningún subsidio de reconstrucción o de mejoramiento de vivienda. Fue muy autoritario, muy dictatorial el tema de la demarcación de la zona de exclusión. Con el alcalde de ese entonces, que era Duarte, en alguna de las reuniones que hizo, le empezaron a preguntar qué iba a pasar, que si iba a ayudar. Entonces él, no sé si descontrolado o no, pero dijo ¿Saben qué? A mí, si me da la gana, yo parto y pongo la zona de exclusión. Tomó un lápiz e hizo como en un zig zag por donde él quería que pasara la zona de exclusión.” “Lo favorable de quedarnos acá es que seguimos viviendo en la tranquilidad de un barrio que es maravilloso. Y lo desfavorable es que quedamos en una zona de exclusión en donde no nos permiten hacer nada. Nos quitaron la capacidad de poder nuevamente reestructurar nuestra forma o calidad de vida.”


Por su parte, Alejandra Soto, delegada de la Toma Dignidad, que alberga a más de 700 familias, reconoce que “no queremos que nos regalen las viviendas. No, si nosotros también podemos ahorrar, estando aquí en esta toma de terreno, nosotros podemos ahorrar y podemos obtener estas viviendas. Lamentablemente, el subsidio subió tanto. O pagas el arriendo o ahorras. Las dos cosas un pobre no la puede hacer. Entonces, la única opción que nos queda muchas veces es tomarnos terrenos para poder construir viviendas. Ha sido súper gratificante el aprender a conocer muchas vivencias de otras personas. Yo llegué aquí como una pobladora más y al pasar del tiempo ya estamos sentadas en una mesa de trabajo junto con el alcalde Rodolfo Carter, con lo más positivo posible de que nos va a ir bien, que vamos a llegar a nuestro proyecto de nuestras casas. Espero no equivocarme”.


“Sabemos el riesgo que estamos corriendo también, eso lo tenemos súper claro. Y como lo dijo el alcalde ayer en la reunión, que él no pretende que nosotros pasemos más de dos años aquí. Porque él también sabe y está súper claro que uno nunca sabe cuándo puede haber otro aluvión.”

El capítulo lo pueden escuchar en Historias que invitan a reflexionar sobre el derecho a la vivienda en espacios como este y si, efectivamente se ha avanzado en la seguridad para las personas que ahí habitan. ¿Está preparado el lugar en caso de que un evento así se repita?





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